Preámbulos.


Érase una vez un individuo conocido como “El Iconoclasta”, quien hizo presencia en los albores de una nueva propuesta literaria-periodística, con la finalidad de, mediante las letras, dominar al mundo o por lo menos la atención de un lector.
Ha sido “El Iconoclasta” un individuo de común apariencia, ocultando así la verdadera identidad de sus pasos, construyendo en su mente un mundo alternativo cuyos lenguajes penden entre los distintos arcanos del verso y la prosa que habrán de sustituir al prozaico sistema lingüístico utilizado por la mayoría de los mortales, limitados a expresar el usufructo de sus malgastados sentidos.
No pretende “El Iconoclasta” destituir los esquemas lingüísticos a los que el potencial lector yazca; “El Iconoclasta” habrá de reconstruir una crónica, reflexión o Garabato haciendo uso de formas habitantes en los recónditos resquicios del ingenio y la imaginación de su mente, tratando ya sea de reproducirlos tanto como crearlos, de ser necesario, en la mente del lector, quien deberá, claro está, tratar de comprender. Deberá entonces, lector, transformar su cabeza en un blanco lienzo libre completamente de espectativas, pues podrían éstas entorpecer el paso de los lápices que “El Iconoclasta” suele utilizar para trazar sus líneas sintácticas.
Habrá “El Iconoclasta” de tratar temas de toda índole, tan simples como la expulsión de un alma maligna a través de los tractos australes de un ser humano o el recorrido perimetral del brazo más corto del tiempo en sus acostumbrados doce pasos. “El Iconoclasta” compartirá algo vivido o sucedido bajo las leyes de un dialecto alterpoético rebozante de metáforas, paradojas y pleonasmos finamente redactados a la espectativa de un agudo observador.
El Iconoclasta
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