Soluciones prácticas #2

martes, 29 de septiembre de 2009

Continuamos observando, descubriendo que ciertos personajes y ciertas eventualidades suscitadas a nuestros alrededores, que por lo regular son molestas caries que impiden la tranquilidad que usted y yo tratamos de mantener en nuestra vida. Realmente podríamos vivir, ya no digo en un mundo… En una ciudad hermosa. Qué bello sería tener el poder de sustraer esas caries de un solo tirón, poder andar entre nuestras calles y plazas sin múltiples incomodidades; entre otras, los plaqueros, a quienes denominaremos a partir de ahora, artistas de calle.

Qué bonita sería esta ciudad tanto para quienes vivimos en ella como para los visitantes, si sus plazas, puentes y demás estructuras públicas no se vieran mermadas por esa especie de contaminación visual generada por ciertas obras de arte que no son de comprensión absoluta.

Sin embargo, creo también en que todos tienen derecho a una forma de expresión, a un lugar para plasmar algo. Creo en el arte. Habría entonces que reservar un espacio en el que se les permitiera a estos artistas de calle pintar todo lo que deseen.

Oppenheimer propone la creación, entonces, de un espacio de libre expresión. Habría que construir un barrio extenso con muchas paredes para pintar. Gradualmente, sería cuestión de llevar a todos aquellos artistas de la calle a ese gran barrio en el que podrán desenvolverse entre otros individuos de su misma corriente artística.

Finalmente, cuando se tenga ya reubicado a este gran grupo de artistas de la calle en el barrio construido especialmente para ellos, se llevaría a cabo un último paso que aseguraría el que ellos no se quedaran sin un espacio para el arte: El levantamiento de un firme muro de ladrillo y concreto que rodeé el barrio completamente; todo un gran muro de varios metros de alto, sin puertas ni ventanas que pudieran entorpecer la utilización de semejante lienzo, y que no permita el que ellos salgan y se distraigan en otras actividades; un sólido muro sobre el cual podrían pintar y pintar, sin temer ser arrestados, sin molestar a las demás personas por el resto de sus vidas.

¿Y por qué no? Oppenheimer, propone.


Oppenheimer

Soluciones prácticas #1

domingo, 20 de septiembre de 2009

Todo mundo habla de lo mal que está la situación, de la crisis, de la delincuencia, de los gobernantes corruptos, y de muchas otras cosas; todos se quejan, todos exculpan y reculpan, pero es raro que alguien proponga. Oppenheimer es, sin duda, raro. Y Oppenheimer propone.

En esta ocasión compartiré una propuesta que mi equipo de intelectuales y yo logramos formular en base a distintas observaciones. Es posible, anticipo, que a más de alguno pudiera parecerle un tanto drástica o inhumana. Me resulta indiferente.

Si bien uno de los problemas más incómodos en la rutina, es la presencia de mendigos y vagabundos. Muchos de ellos, gente en perfectas condiciones físicas como para realizar alguna labor útil, trabajar, autorealizarse; en vez de eso, se dedican a vagar por la vida robando a la gente peso tras peso; en cierta manera, asaltando con las armas de la lástima y el mal olor. Vaya parásitos; molestos callos en el andar de la vida diaria; vaya dolor de muelas.

Surge así, entonces, la idea de crear la Secretaría de Reciclaje Humano (SRH). Un departamento (pudiera ser privado o gubernamental) con la disposición de dar utilidad a todos aquellos individuos que por su cuenta no lo hacen. Esto daría una gradual solución a esa molesta situación de tener entre nosotros a personas improductivas que resultan una carga para todos.

Propuesta #1: Tenemos ciudades muy bellas, y parte de lo que tales ciudades son se debe al carácter de importantes personajes históricos, quienes merecen ser recordados, inmortalizados. Una buena manera de hacerlo, es grabando su imagen en piedra. Entonces, ¿Para qué ocupar recursos en una cara escultura que tomaría mucho tiempo y complicaciones? ¿Por qué no dar uso a un improductivo vago, al mismo tiempo de ofrecerle una alta gratificación cívica y moral, permitiéndole representar a un héroe fundador, por ejemplo? Darle la apropiada vestimenta, colocarlo en alguna posición denotativa de guerra o filosofía; cubrirlo con algún material que solidifique (cemento, cobre fundido), y establecerlo en una plaza pública. El individuo formará parte importante de esta ciudad, yacerá en el honor de compartir plaza con un personaje importante.

¿Y por qué no proponer? Oppenheimer, propone.

Oppenheimer

Ajúa, ajúa, iajajai...

martes, 15 de septiembre de 2009

Con motivo de nuestras alegrísimas fiestas patrias, en que todo mexicano se enorgullece de su patria, así como todo el año, ¿O no? Cómo no, más bien. Si un defecto tengo, del cual estoy muy orgulloso, es mi excesivo sentimiento nacionalista. Amo a mi país, a mi gente, mi historia, mis costumbres, y una columna no basta para enumerar todo lo que quisiera decir al respecto.

Mientras tanto, comparto en unas líneas que detesto a muerte a la persona que grita “Viva México” solamente cuando gana la selección de fútbol; “Viva México” cuando está ebrio en un país extranjero; “Viva México” únicamente porque es una fecha conmemorativa y es tradición gritar, beber tequila y tirar balazos; pero el resto de las ocasiones se avergüenza de sus tradiciones, que trata al indígena cual especie animal extraña y despreciable, cuando realmente, por antigüedad, es el indígena quien podría proclamarse patriarca de estas tierras; detesto a aquél o aquella que se para un par de semanas en otro país y se olvida de que nació en México; qué no darían tantos países del “alto mundo” por poseer un poquito de la historia que resguarda esta tierra que aún llora la sangre de sus antepasados, pero que seguramente, llora más el notar que tanto sacrificio yace sepultado junto con sus héroes y mártires, de que solamente se les recuerde por casualidad, y no se les venere debidamente. Repudio sanguíneamente que se haya permitido a unos cuantos, llamados “gobierno (¡Ja!)”, hacerse de un paternalismo absoluto sobre el pueblo, ante quien están obligados a servir, antes que sus cochinos intereses partidistas o personales; y repudio aún más el que nadie haga algo al respecto.

Solamente, por último, invitar a todo mexicano a que considere si gritar “Viva México” surge realmente de una conciencia herida y orgullosa, o solamente “porque es la fiesta de independencia we, y hay que pasarla machín”. Sea por mi parte, y espero que la suya también, estimado lector: Viva México, carajo.

Rubén Meza

Mi Rancho I

martes, 8 de septiembre de 2009

Amo a mi rancho. Lo amo como amar a un familiar, o algo así. Amo a “León de los Aldama” por sobre muchas cosas. Pero como bien se dice, una persona que ama a otra es la mejor capacitada para criticar sus errores. Y esta ciudad, por más que la adore, tiene demasiados.

León de los Aldama es un pequeño pueblo que en poco tiempo ha crecido demasiado. Hay quien lo llama “ciudad”, pero desde mi punto de vista, no deja de ser un rancho, con mucho por aprender de la urbanización real. Sí, está pavimentado todo, hay alumbrado público y semáforos. Pero sigue siendo un rancho. Un rancho de casi millón y medio de personas.Cierto que no se ven bueyes o gallinas vagando por ahí, pero si no me equivoco, van dentro de los autos u ocupan altos cargos administrativos.

He ahí uno de los detalles principales de la malformación de esta urbe: El pésimo sentido de administración. Esto me recuerda una pequeña observación que hice: ¿Cómo explicar que la calle “Progreso” de esta ciudad cuente con solamente dos cuadras? Ironías, creo. Volviendo al tema: Me sitúo por un momento como un turista entrando por la carretera desde Silao, y pasar al lado de “La puerta del milenio”. Francamente, no sabría si mirarla con asombro, curiosidad o morbo. De similar manera, no sabría cómo reaccionar, si con asombro, curiosidad o morbo al enterarme de que se ocuparon siete millones de pesos en esa construcción antiestética e inútil.

“El Nuevo símbolo de León”, se le apodó. Y bueno, podría ser. Símbolo de una administración por mucho irresponsable, cual rancho grande, apenas tener algo de dinero ahorrado y gastarlo en la primera vagatela vistosa; o si no es eso, será en un nuevo transporte deficiente en consideración o el costo de una mala inversión de muchos años antes en la pavimentación y/o construcción de servicios… Pero ésa, es otra historia.


Foto: leon-gto.com.mx

Preámbulos.

martes, 1 de septiembre de 2009

Érase una vez un individuo conocido como “El Iconoclasta”, quien hizo presencia en los albores de una nueva propuesta literaria-periodística, con la finalidad de, mediante las letras, dominar al mundo o por lo menos la atención de un lector.

Ha sido “El Iconoclasta” un individuo de común apariencia, ocultando así la verdadera identidad de sus pasos, construyendo en su mente un mundo alternativo cuyos lenguajes penden entre los distintos arcanos del verso y la prosa que habrán de sustituir al prozaico sistema lingüístico utilizado por la mayoría de los mortales, limitados a expresar el usufructo de sus malgastados sentidos.

No pretende “El Iconoclasta” destituir los esquemas lingüísticos a los que el potencial lector yazca; “El Iconoclasta” habrá de reconstruir una crónica, reflexión o Garabato haciendo uso de formas habitantes en los recónditos resquicios del ingenio y la imaginación de su mente, tratando ya sea de reproducirlos tanto como crearlos, de ser necesario, en la mente del lector, quien deberá, claro está, tratar de comprender. Deberá entonces, lector, transformar su cabeza en un blanco lienzo libre completamente de espectativas, pues podrían éstas entorpecer el paso de los lápices que “El Iconoclasta” suele utilizar para trazar sus líneas sintácticas.

Habrá “El Iconoclasta” de tratar temas de toda índole, tan simples como la expulsión de un alma maligna a través de los tractos australes de un ser humano o el recorrido perimetral del brazo más corto del tiempo en sus acostumbrados doce pasos. “El Iconoclasta” compartirá algo vivido o sucedido bajo las leyes de un dialecto alterpoético rebozante de metáforas, paradojas y pleonasmos finamente redactados a la espectativa de un agudo observador.

El Iconoclasta

Oppenheimer.

Como gracias al título se habrá percibido ya, mi nombre es Oppenheimer. No me llamo Robert ni Andrés, ni tengo nada que ver con proyectos de Manhattan o diarios de Miami (el que no entienda a lo que me refiero, investigue un poco). Quienes son mis amigos, me pueden llamar Oppenheimer. Quienes no son mis amigos, se pueden ir al demonio. Pero también me pueden llamar Oppenheimer.

Utilizaría esta primera columna mía para hacer una brevísima descripción de lo grandioso que soy. Pero una brevísima columna no basta, de modo que solamente brindaré lo que la gente común denomina: “un quemón”.

No es de tu incumbencia, queridísimo lector, mi fecha y lugar de nacimiento. Tampoco si tengo padre, madre, o lo que haya hecho en mis primeros años. Lo que debería interesarte es lo que soy ahora, y qué será lo que encontrarás en mis escritos futuros. Si eso tampoco te interesa, deberías dejar este texto inmediatamente y ponerte a hacer otra cosa.

Pues bien. Acudí a colaborar en esta columna porque me lo pidieron. Tengo a bien advertir que lo que yo pueda relatar o comentar en algunas ocasiones, podría no ser agradable para algunos. Sin embargo, en muchas otras ocasiones, podría no ser agradable para todos. Espero entonces, que no se tome personal si hago comentarios grotescos, racistas, despectivos, crueles, etcétera. De cualquier manera, los seguiría haciendo. Por tanto, antes de leerme, será mejor que predisponga su corazoncito, ya que podría estar bromeando, pero también podría no estarlo.

Recomiendo a los muy sensibles y con poco sentido del humor que retiren mi nombre de sus recuerdos, y no intenten leerme en otras ocasiones. Cabe aclarar que hablo por mí y no por la columna. El resto de los escritores suelen ser más humanos que yo. Finalmente, me doy la bienvenida como colaborador de “Crónicas y reflexiones de un Garabato”.

Oppenheimer.

 
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